Por Pablo González de Prado Salas
Cuando un cuerpo celeste proyecta su sombra sobre otro cuerpo privándolo de, al menos, parte de la luz de un astro, se dice que se ha producido un eclipse. Dejando de lado fenómenos más sofisticados como los eclipses de satélites de Júpiter o incluso Saturno, desde la Tierra podemos observar dos tipos fundamentales de eclipses; de Sol y de Luna. El eclipse solar tiene lugar cuando la luna pasa en su órbita justo por delante del sol, mientras que el eclipse lunar ocurre cuando es la Tierra la que se coloca entre el Sol y la Luna. En este número nos dedicaremos en exclusiva a los eclipses lunares.
La primera pregunta que nos puede venir a la cabeza es; si la Luna completa una vuelta completa en torno a la Tierra en poco menos de un mes, ¿cómo es que no se produce un eclipse lunar en cada luna llena? Sencillo, porque su órbita está inclinada poco más de 5º respecto al plano “Tierra-Sol”. Como esto es así, debe cumplirse además que la órbita lunar corte este plano durante la luna llena para que se produzca el eclipse, como se visualiza en la siguiente figura.
Figura 1: Representación (no a escala), de la órbita lunar, donde se visualiza cuándo ocurren los eclipses.
Así, en un eclipse lunar ocurre que la Tierra proyectará su sobra sobre la Luna. Al contrario de lo que ocurre en el caso de la Luna y el Sol, que como se comentará a fondo en el siguiente número guardan una curiosa relación entre distancias y tamaños, la Tierra, vista desde la Luna, resulta mucho más grande que el Sol, lo que se traduce en que nuestra sombra es mucho mayor que la Luna (a la distancia que se encuentra). Así, los eclipses son muy comúnmente totales, y se ven desde amplias zonas de la tierra (casi con total rigor puede decirse que se ven "igual" desde todo punto donde se vea la Luna). Pero puede ocurrir que la luna pase ligeramente desviada en su órbita, y no se sumerja completamente en la sombra terrestre. Ocurrirá entonces un eclipse parcial, y si se da que ni siquiera llega a tocar la "umbra", podemos tener un eclipse penumbral. La penumbra es aquella zona en la que un cuerpo oculta parte de una fuente de luz (por ejemplo si ponemos la mano frente a media bombilla), mientras que la umbra es la parte oscura donde se oculta la luz en su totalidad.
Figura 2: Distintos tipos de eclipses.
De acuerdo con la figura 2, las zonas “b”, donde ocurren eclipses parciales del Sol, están inmersas en la penumbra del obstáculo. La zona “c” corresponde con la umbra. Sobre la zona d se hablará especialmente en el próximo número. Ahora está claro que, en un eclipse completo, la fase penumbral es aquella en que la Luna se encuentra en la zona “b”, la fase parcial es aquella en que parte de la Luna, pero no toda, está en “c”, y la fase total dura mientras toda la Luna esté en “c”. Sin embargo, la disminución de luminosidad durante la fase penumbral es muy débil, y nuestros ojos no son capaces de discernir este periodo, que sólo es pues interesante con fines fotográficos. (Dos exposiciones de duración y diafragma constantes sí pueden rebelar estas diferencias de brillo).
Sabiendo ya qué es un eclipse de Luna, ¿cómo observarlo?
En primer lugar, como en toda observación astronómica, al estar largos periodos de tiempo parados durante la noche, nuestro cuerpo no generará apenas calor, y pasaremos más frío del esperado, conque, ¡atención a la ropa de abrigo! Esto es tanto más importante cuanto mayor sea la humedad. Por otra parte, aunque los eclipses de luna pueden verse sin problemas desde el porche de nuestras casas, no es mala idea tener algo de comida a mano junto con un reconfortante “termo” de bebida caliente.
La observación en sí misma es realmente sencilla, ya que en la práctica todo se reduce a mirar a la Luna como de costumbre. Podemos ver el evento con nuestros propios ojos o bien utilizar aparatos ópticos. Mientras que los prismáticos han mostrado ser muy útiles para captar el color de la Luna (que a continuación comentaré), los telescopios sorprendentemente no son tan eficaces en este aspecto, y ya que durante la Luna llena los relieves de su superficie son especialmente difíciles de observar, tal vez no merezca la pena desempolvar el viejo telescopio en esta ocasión. No obstante, aprovecho estas líneas para recomendar la observación telescópica de la luna durante las fases crecientes, puesto que resulta ser, incluso con material pobre, uno de los mayores espectáculos de la noche astronómica.
A medida que la Luna se adentra en la umbra, una sombra oscura y de diámetro apreciablemente mayor que el lunar se extiende sobre nuestro satélite. Aunque en un principio esta sombra parece fundirse con el cielo, transcurrido un rato se puede ver que en realidad la zona presuntamente oculta resplandece con luz propia, tanto más evidente cuanto mayor es la zona oscura. Esta luz es la misma luz cenicienta que ilumina la fase oscura de la Luna en el crepúsculo o la madrugada, y se explica por la luz que se transmite a lo largo de la atmósfera terrestre (perdiéndose azul por el camino). De este modo, la Luna es plenamente visible durante la totalidad en la forma de una Luna llena fantasmagórica, brillando en un tono que varía según el estado de nuestra atmósfera entre un gris cenizo y el rojo ladrillo. Esta Luna apagada compartiendo su presencia con las luces más débiles de la noche es uno de los espectáculos astronómicos que más profundamente exaltan los ánimos de los “no-astrónomos”, tan usualmente decepcionados en otras visiones más sutiles como pueden ser las galaxias, sublimes casi siempre al ojo experto.
Dicho ya todo esto, Antares estuvo en el último eclipse (3-3-7) junto a socios y extraños para deleitarnos en una noche digna del recuerdo. Con nuestro material extendido sobre el césped del campus, se observaron estrellas y planetas, se discutieron temas de toda índole, se probaron nuevos telescopios, e incluso, a pesar de no contar con el equipo adecuado (de lo que, por cierto, puedo culparme personalmente por haber olvidado mi adaptador fotográfico), se realizaron algunas modestas fotografías como las siguientes.
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